LAS HUELLAS DE LOS OVNIS

El fenómeno OVNI no sólo se manifiesta en la subjetividad de los relatos de testigos, para los cuales el procedimiento de evaluación, ponderando en cada caso los pesos relativos de extrañeza y credibilidad, es muy similar –según hemos expresado en otra oportunidad- a los clásicos métodos historiográficos de crítica interna y también a los implementados en las investigaciones policiales y judiciales.
A este respecto, en la investigación ufológica, como sabemos, a fin de lograr un aceptable nivel de confianza para informes basados sólo en testimonios, se han formulado sistemas que permiten expresar dicho valor en términos cuantitativos (v.g. la matriz S-?, Strangeness-Probability, de Hynek; el índice de certidumbre ? elaborado Ballester Olmos; o el índice de confiabilidad que propone Thomas Olsen).
Pero el dossier de los OVNI no se agota en simples datos anecdóticos.

Para un porcentaje no desdeñable de casos, especialmente en aterrizajes y cuasi-aterrizajes los informes sobre fenómenos anómalos refieren improntas y diversas alteraciones en la consistencia del suelo, daños en la vegetación, residuos, etc., en aquellos sitios donde habrían ocurrido tales descensos. Cuando los rastros del suelo son descubiertos casi de modo inmediato en los avistamientos diurnos y a la mañana siguiente ( en los muchos más frecuentes avistamientos nocturnos) su valor como evidencia se incrementa considerablemente.

Esta clase de datos son sin duda objetivos; las “huellas” no son ya fenómenos transitorios, y en virtud de su permanencia temporaria pueden ser estudiados de modo directo por el investigador; se conservan como prueba tangible mucho tiempo después de que el evento OVNI ha sido denunciado.

Ted R. Phillips Jr. (Director del Center for Physical Trace Research) ha investigado personalmente varios centenares de informes y compilado el Physical traces associated with UFO sightings; a preliminary catalogue. Publicado en el año 1975, por el CUFOS (Center for UFOs studies) el catálogo reúne 833 casos de esa clase.
De acuerdo a la clasificación propuesta por Phillips, los rastros físicos de los OVNIs en general pueden ser divididos en dos grandes grupos:

Efectos primarios
1. Anillos – rastros circulares, quemados, deprimidos o deshidratados. El perímetro
exterior muestra daños o cambios, mientras que el área central permanece inalterada.
2. Nidos –rastros ovales, generalmente deprimidos, se nota un efecto remolino.
3. Sitios circulares –rastros circulares con daños en toda área –quemada, deprimida o deshidratada.
4. Sitios irregulares –áreas quemadas, deprimidas o deshidratadas sin ningún diseño particular. Muchos de los sitios irregulares son descriptos como oleosos o manchados.

Efectos secundarios
1. Improntas –comúnmente referidas como marcas de aterrizaje. Las improntas han sido halladas en conjunción con todo tipo de rastros primarios. Generalmente dispuestas conforme a un patrón triangular o rectangular, en número de tres o cuatro.

2. Daños en los árboles – los árboles cercanos a los alegados sitios de aterrizaje son frecuentemente dañados, derribados al suelo o deshidratados. Las ramas son rotas, quemadas o deshidratadas.

3. Cráteres –encontrados junto con otros efectos secundarios.

4. Pisadas –los archivos contienen un sorprendente número de informes sobre pisadas. Generalmente descriptas como pequeñas, han sido halladas en conjunción con la mayor parte de los tipos de rastros primarios.

5. Plantas o suelo removidos –hay numerosos informes que involucran la remoción de suelo o plantas en el alegado sitio de aterrizaje.

De acuerdo al Dr. Hynek, los anillos tienen un diámetro que puede alcanzar los 30 pies o más, pero cuyo espesor perimetral es de 1 a 3 pies. Los diámetros más frecuentemente mencionados por los testigos van de 20 a 30 pies. Los anillos más frecuentemente mencionados por los testigos van de 20 a 30 pies. Pueden persistir por semanas o meses y el interior de el círculo permanecer estéril por una o dos estaciones.

En el momento actual la base de datos del Center for Physical Trace Research. que dirige Ted Phillips supera los 4.000 incidentes, ocurridos en más de 50 países. De ese total, un elevado porcentaje son de escaso mérito, ya sea porque no han sido investigados cabalmente, o en virtud a su bajo nivel de extrañeza.
No es nuestro propósito ofrecer aquí un listado, aunque fuera parcial, de los casos de aterrizajes OVNI con secuelas de huellas que se conocen. Sólo examinaremos seis, que han sido responsablemente estudiados por organismos policiales y científicas. Se trata de los conocidos eventos de Poncey-sur-L’Ignon, Francia, 4 de octubre de 1954; Socorro, Nueva México, EE.UU., el 24 de abril de 1964;; de Trans-en Provence, Francia, el 8 de enero de 1981; Nancy, Francia, 21 de octubre de 1982.

4 de octubre, 1954; Poncey-sur-L’Ignon, Francia. 08,00 p.m.
La investigación estuvo a cargo de la Gendarmería de Saint-Seine, de su jefe, el capitán Millet y del comandante Viala, de Dijon. Además intervino personal de los servicios de aeronática de Dijón; y varios investigadores civiles, entre ellos Charles Garreau y Aimé Michel.
Según el testimonio de la Sra. Yvette Fourneret, vecina de la aldea de Poncey-sur-L’Ignon, eran alrededor de las 08:00 p.m. y se dirigía a la ventana para cerrar los postigos, cuando al echar una mirada hacia fuera vio, a unos 20 m de su casa, un cuerpo luminoso que se balanceaba suavemente en el aire, a la derecha de un ciruelo, como si se preparar a aterrizar. El objeto tendría más o menos de 3 m de diámetro, con forma alargada, alargada, horizontal y de color anaranjado. Con su luz iluminaba débilmente las ramas y las hojas del árbol.
Asustada, la testigo tomó a su hijo y se refugió en casa de una vecina, la Sra. Boullier, cerrando cuidadosamente las puertas. En ese momento llegaron los señores Girardot y Vincent, quienes al ver a las dos mujeres atemorizadas, les preguntaron que ocurría. Al saber el motivo, tomaron sus fusiles y se dirigieron hacia el prado. No encontraron nada, pero al examinar el suelo, descubrieron una huella fresca.
Los rastros hallados en el sitio donde el OVNI estuviera posado tenían características verdaderamente insólitas.

“Sobre una superficie de un largo de 1,50 m, de 70 cm de largo en su base y en su extremidad de 50 cm, el suelo había sido como aspirado. Sobre la rozadura aún fresca, se agitaban gusanos blancos. La tierra arrancada estaba extendida alrededor del hoyo en terrones de 30 cm de diámetro en un radio de 4 m. Sobre el borde interno del hoyo, algunos terrones pendían hacia el interior, la tierra no había sacado de encima, de manera que más o menos a la mitad de su profundidad, la superficie del hoyo era más vasta que a nivel del suelo. Pero lo más sorprendente era que la ausencia de instrumento hacía imposible explicar la extracción de esa masa de tierra. Aún más (y sobre todo esto jamás se pudo explicar): las raicillas y las radículas estaban intactas sobre toda la superficie interna del hoyo; nada había sido cortado. He aquí un detalle que sorprendió a todo el mundo: en el centro del hoyo, una planta de maíz estaba acostada, unida a la tierra del fondo por la extremidad de su raíz, las raicillas al aire, sin que se la hubiera siquiera rasguñado. En suma: todo ocurrió como si la masa de tierra extendida sobre la hierba alrededor del hoyo hubiera sido succionada por un gigantesco aspirador. La misma observación puede hacerse sobre los terrones desparramados alrededor de la hierba: ni raíces cortadas ni trazas de instrumento, ninguna quemadura. Numerosas personas trataron después de reproducir este fenómeno, pero fue en vano”.
(Fuente: Aimé Michel, Los misteriosos platillos volantes, p. 199).

Recordamos que un efecto muy similar se dio en la localidad de Pelluco, Chile, el 31 de julio de 1965. En la madrugada de esa fecha descendió un misterioso objeto que despedía potentes destellos violáceos. Se detuvo detrás de una arboleda, casi a ras del suelo, durante cinco minutos y luego trepó en el cielo a gran velocidad. Al amanecer se examinó el bosque y en el suelo se encontró una huella de un metro de profundidad y de unos 60 m de diámetro. El suelo parecía erosionado, como si un extractor de aire hubiese aspirado el terreno en el área de aterrizaje. (Saenz, M. y Wolf, W., Los sin nombre, Santiago de Chile, Obe, 1967, p. 59).

24 de abril, 1964; Socorro, Nueva México, EE-UU. 05:45 p.m.
La tarde del 24 de abril de 1964, el sargento Lonnie Zamora, del Departamento d Policía de Socorro (Nueva México) patrullaba con su automóvil la ruta nacional nº85, próximo a aquella ciudad, en misión de rutina. En esa circunstancia, Zamora vio hacia el sudsudoeste, una especie de “llama” azulada, de forma cónica, que descendía lentamente del cielo, a unos 700 m; al mismo tiempo oyó un fuerte estruendo. Pensando que un antiguo depósito de dinamita existente en esa zona había hecho explosión, el policía guió su coche de patrulla por un camino secundario que conducía a ese lugar. Al cabo de pocos minutos, llegó a la cima de una pequeña colina desde donde pudo observar, fuera del camino y a unos 150 o 200 m de distancia, en una hondonada, lo que parecía ser un auto blanco volcado; junto al mismo se hallaban dos figuras humanas de pequeña estatura, cubiertas enteramente con “overoles blancos”. Estaba de pie, entre un gran arbusto y el aparato .Una de ellas advirtió el auto policial y dio la impresión de sobresaltarse. Antes de acercarse más para investigar lo que pensó podría ser un accidente, el suboficial se comunicó por radio con la Jefatura de Socorro, informando lo que acontecía. Zamora descendió entonces de su vehículo y caminó hacia el objeto. A no más de 15 m de distancia pudo observarlo claramente. No se trataba de un automóvil; su forma era oval, de 3,5 a 4,5 m de longitud, con aspecto metálico y color aluminio. Estaba firmemente instalado sobre cuatro patas de desigual longitud. No se advertían puertas ni ventanas, pero sí varias marcas rojas, semejantes a una insignia, en su costado. Las dos pequeñas figuras –“del tamaño de un niño”- habían desaparecido.
De repente, el artefacto comenzó a proyectar por el centro de su parte inferior llamas azuladas, al tiempo que producía un ruido muy intenso. Convencido de que la explosión era inminente, el policía corrió hasta su auto para guarecerse detrás de él. Luego de algunos segundos levantó la cabeza: el ruido había cesado; el objeto seguía todavía allí, en movimiento suspendido en el aire a sólo 3 o 5 m del suelo, sin arrojar ya ninguna llamarada, y en completo silencio. Así se desplazó hasta un kilómetro y medio de donde Zamora se encontraba. Entonces, bruscamente, ascendió un ángulo muy pronunciado y se alejó a gran velocidad rumbo al sudoeste siguiendo el perfil de las colinas hasta perderse de vista sobre las montañas vecinas (Mile Canyon Mountain).
Instantes después, arribó al lugar el sargento Sam Chávez, superior directo de Zamora, que había escuchado por radio el informe de este último. Ambos policías bajaron hasta el fondo del barranco donde el extraño artefacto estuviera posado. En los mismos sitios en que Zamora afirmó que las atas metálicas del objeto habían descansado, encontraron cuatro huellas ovaladas y además, en el lugar de aterrizaje la vegetación mostraba evidentes trazas de calcinación.
Todos estos hallazgos fueron plenamente ratificados por oficiales del FBI y de la Fuerza Aérea Norteamericana que arribaron al escenario de los sucesos en días sucesivos.
La investigación de este caso ha sido quizás una de las más completas de las efectuadas en Estados Unidos, hasta ahora. Intervinieron en ella el Project Blue Book, cuyo consultor científico, el Dr. J. Allen Hynek, viajó especialmente a Socorro en tres ocasiones, el FBI y dos importantes comisiones privadas de ese país, NICAP y APRO.
El Dr. Hynek, en su primera visita al lugar, varios días más tarde, verificó la existencia de las marcas de aterrizaje y las plantas quemadas. En el curso de una larga entrevista, el sargento Chávez le confirmó haber observado las marcas y las malezas quemadas, todavía humeando, en el momento que se encontró con Zamora en el lugar del suceso.
La investigación reveló que el artefacto, había aterrizado en un terreno desnivelado, instalado firmemente sobre 4 patas de desigual longitud, de tal manera de colocar su centro de gravedad en la mejor posición. Tal sistema de aterrizaje, obviamente, sería ideal para un módulo lunar, y se conjeturó que el objeto podría haber sido un dispositivo experimental de construcción norteamericana. Pero se desechó esa posibilidad, pues se determinó que en ese lugar y en esa fecha no hubo ensayo con vehículos espaciales. Por otra parte, el análisis espectroscópico de las áreas calcinadas, dio resultados negativos y, además, el modo de propulsión parecía ser muy diferente al de cualquier aparato de factura terrestre.
Las 4 huellas eran muy parecidas: 2 de ellas tenían una profundidad de 5 cm en el centro, con un reborde de tierra de también 5 cm. La tierra había sido empujada desde el centro del cuadrilátero. La cuarta huella sólo tenía 2,5 cm de profundidad, pero era borrosa, como si lo que la hubiese causado se hubiese balanceado lateralmente antes de elevarse y por tanto su menor profundidad no debe considerarse que indicara menos peso. Los objetos que causaron esta huellas sostenían un gran peso, o bien chocaron con mucha fuerza contra el suelo, que allí es muy consistente. Debemos suponer que la fuerza ejercida equivalía a un suave descenso de 1 tonelada por lo menos, sobre cada huella.
Las huellas no parecían producidas por un objeto que hubiera golpeado el suelo con gran fuerza, ni tampoco habían sido excavadas, sino que eran el resultado de una fuerte
presión ejercida desde arriba. Como un objeto muy pesado que después de aterrizar con lentitud se hubiese quedado inmóvil La tierra desalojada en torno de las huellas estaba húmeda y “fresca” a diferencia del terreno seco de la superficie.
Medidas tomadas en el lugar mostraban que las diagonales formadas por las 4 marcas de aterrizaje la intersectaban casi exactamente en ángulos rectos. El centro del círculo así formado virtualmente coincidía con la principal marca de quemadura en el suelo, una de las dos que al parecer se produjeron por una fuerza ejercida de arriba hacia abajo. Una quemadura de este tipo hizo pensar en el momento inicial del aterrizaje o bien en el momento del despegue: en ambos casos, la zona abrasada se hallaría directamente bajo el centro de gravedad de un objeto que llegase o partiese verticalmente; y recordemos que según el relato de Zamora, el movimiento de partida del artefacto, se inició con un ascenso vertical. Se observaron también otras 3 zonas chamuscadas y un gran arbusto situado casi en el centro del cuadrilátero formado por los brazos, aparecía “seccionado” por la mitad “como si lo hubiese rebanado una hoja de fuego”.
Aparte de las huellas dejadas supuestamente por los “brazos” había otras diferentes:. Cerca de la huella que parecía más “desplazada” se notaban como “pisadas”, que parecían haber sido producidas –en opinión de algunos investigadores- por una persona o grupo de personas con calzado o pies relativamente pequeños. Además, dentro del cuadrilátero se percibían 4 hendiduras superficiales en el terreno, de forma más o menos circular o elíptica;
se conjeturó que las mismas fueran rastros de una hipotética escala tendida desde una parte del objeto hasta el suelo.
Fue consenso unánime de los investigadores que participaron en el estudio del caso, que el Sargento Zamora había visto realmente algo inusual. Las conclusiones del Project Blue Book clasifican el suceso como “no identificado”.
Fuentes:. Stanford, R. El escándalo del OVNI. Barcelona, Pomaire, 1978. Story, R. The enciclopedia of UFOs, p. 341, Los Humanoides Barcelona Pomaire, 1967, p. 179.

Nancy, Meurthe-y-Moselle (Francia) caso llamado “del Amaranto”, 21 de octubre de 1982. 12:35.
En esa fecha, el Sr. Henri, de 30 años, biólogo molecular, que regresaba de su trabajo, y se hallaba enfrente de su jardín, vio venir del Suroeste un artefacto volador brillante que inicialmente interpretó como un avión. El testigo precisó que no había ninguna nube, que él no tenía el sol enfrente y que la visibilidad era excelente: La velocidad de descenso del artefacto no era muy grande y pensó que iba a pasar por arriba de su casa. En un momento dado se dio cuenta de que la trayectoria del artefacto se dirigía hacia él, aún alejado a 3 o 4 m. El artefacto, se detuvo y permaneció suspendido a 1 m del suelo, durante cerca de 20 minutos.
El testigo precisó que había visto su reloj, por lo que estaba absolutamente seguro de la duración del vuelo estacionario del artefacto. Lo describe como de forma ovoide, de aproximadamente 1,50 m de diámetro y 80 cm de espesor; la mitad inferior de aspecto metalizado, parecido al berilio pulido, la mitad superior de color azul verdoso en su centro. Al parecer no emitía ningún sonido, destello o fulgor, ni frío ni calor, ni tampoco magnetismo o electromagnetismo. Al cabo de 20 minutos, se elevó bruscamente en vertical constante, trayectoria que mantuvo hasta que se perdió de vista. La marcha del artefacto era muy rápida, como bajo el efecto de una fuerte aspiración.
El testigo especificó, para finalizar, que no había ningún rastro o marca en el suelo; la hierba no estaba carbonizada ni aplastada, pero él precisó que en momento de la partida, la hierba se enderezó para retomar enseguida su posición normal.
El testimonio fue grabado por la policía estatal (brigada de gendarmería de V3) menos de 5 horas después de la observación. Se comprobó también que en un arbusto de amaranto situado cerca del objeto las hojas se deshidrataron completamente en sus extremos, como si hubieran sido sometidas a intensos campos eléctricos, y que los frutos parecían estar cocinados. En cambio, plantas similares más alejadas estaban en condiciones
normales. De estudios bioquímicos posteriores realizados en el Centro de Fisiología Vegetal, de la Universidad Paul Sabatier, Toulouse, se dedujo que el campo eléctrico, probable origen del enderezamiento de la hierba, debía haber pasado de los 30 kv/m; y que los efectos observados en el amaranto fueron probablemente el resultado de un campo eléctrico que, a nivel de la planta, debió haber pasado los 200 kv/m.
(Fuente: GEPAN, enquete 86/06, “L’Amarante”, Note technique nº 17, Toulouse, 21 de mars 1983).

8 de enero, 1981; Trans-en-Provence, Francia. 05:45 p.m.
Renato Nicolai, de 52 años, realizaba trabajos de albañilería en una sobreelevada terraza del jardín, al costado de su casa, cuando a las 05:00 p.m. oyó un suave sonido, semejante a un leve silbido (“como un viento soplando moderadamente fuerte”). Volviéndose hacia esa dirección, el testigo observó, a la altura de dos grandes coníferas en el borde de su propiedad, una “máquina” de color oscuro que descendió y aterrizó, (“cayó como una piedra”) a unos 50 u 80 de distancia. El testigo se aproximó con cautela a unos 30 m para observar el extraño fenómeno, al que describió como un artefacto formado por un reborde liso, de unos 15 o 20 cm de largo que formaba una especie de anillo alrededor de la masa metálica. Estaba posado muy cerca de un muro de piedras y el testigo no distinguió antenas, ventanas ni la menor traza de aberturas. El aspecto de la superficie, metálica y oscura, parecía plomo. El objeto, después de permanecer unos pocos segundos en el suelo, se elevó verticalmente, continuaba emitiendo un bajo silbido y desapareció a enorme velocidad, hacia el bosque de Trans, es decir hacia el nordeste, pasando exactamente entre los dos altos árboles, en el exacto lugar desde el cual había parecido “caer”.
Mientras el artefacto se alejaba, Nicolai vio en su parte inferior cuatro aberturas pero ninguna indicación de escapes o llamas; sólo levantó un poco de polvo. La duración total del avistamiento fue de 30-40 segundos. Más tarde, Nicolai salió a inspeccionar el sitio de aterrizaje, y descubrió en el suelo un círculo de 2 m de diámetro. En ciertos lugares a lo largo de la circunferencia del círculo había rastros como abrasiones. Al día siguiente, la esposa de Nicolai confirmó el hallazgo.
La Gendarmería de Draguinan, alertada por vecinos del testigo, arribó al día siguiente para investigar el informe y, siguiendo las instrucciones de GEPAN/SEPRA, recogió muestras del suelo y de la vegetación, al igual de muestras de control en zonas fuera de las huellas. Los gendarmes encontraron dos círculos concéntricos, uno de 2,2 m de diámetro y el otro de 2,4 m. Estos dos círculos dejaban una corona de 10 cm de ancho, en esa área hallaron también dos secciones, diametralmente opuestas, cada una de 80 cm de largo, que presentaban estriaciones negras similares a rastros de abrasión.
Finalmente, GEPAN (Grupo de estudios de fenómenos aeroespaciales no identificados), unidad de la agencia espacial francesa CBES organizada para investigar los informes sobre OVNIs, fue llamada por la Gendarmería. Cuarenta días después del aterrizaje, los científicos y técnicos examinaron el lugar, recolectando muestras de suelo y vegetación a fin de su posterior estudio en varios laboratorios equipados para análisis físicos. Esta tarea investigadora también incluyo una evaluación de confiabilidad del testigo, la determinación de las condiciones atmosféricas existentes al momento del encuentro OVNI, y el tráfico aéreo en el día en cuestión.
El informe final de GEPAN, titulado Nota Técnica nº16, arribó a las siguientes conclusiones:
Los rastros visibles como estriaciones parecían haber sido ocasionados por una combinación de efectos mecánicos y térmicos. El examen visual y microscópico reveló que, aparte de las estriaciones, el suelo en el lugar del aterrizaje había sido fuertemente compactado, formando una costra hasta un espesor de 6-7 mm; no podía haber sido calentada a más de 600 grados C, dado que la estructura del carbonato de calcio no fue afectada y tampoco había rastros de compuestos orgánicos tales los que podrían esperarse de ser causados por combustión.
Se calculó que para producir esa compresión hubiera sido necesario un objeto estacionario de unos 700 kg (o podrían haber sido hechas por un objeto de menor masa si el mismo se estuviera moviendo a pocos metros por segundo en el momento del impacto contra el suelo).
Los análisis bioquímicos fueron realizados por el profesor Michel C.L. Bounias, del Laboratorio de Bioqímica, de la Universidad de Avignon. El principal procedimiento para el análisis fue la determinación del cromatograma de los pigmentos, el cual proporciona información para un número de componentes bioquímicos (tales como clorofila, beta caroteno y violaxantina, entre otros).
En las muestras tomadas en la periferia de la huella, se detectaron cambios bioquímicos que mostraban una fuerte correlación con la distancia al centro de la huella, en proporción inversa: el contenido de clorofila de las hojas de alfalfa se redujo en 30%, el de beta caroteno, en 50-57 % y el de violaxantina en 80%. Además el contenido de glúcidos y aminoácidos de las hojas de alfalfa muy jóvenes, habían cambiado acercándose a los valores del contenido característico de las hojas viejas, exhibiendo “signos de una prematura senectud”.
Especulando con la causa probable para estos efectos, el Dr. Bounias, rechazó la hipótesis de que pudieran obedecer a una acción deliberada con venenos químicos, y tampoco encontró evidencias que pudieran indicar una radiación nuclear. Sí, en cambio, algunas modificaciones podrían ser causadas por una poderosa radiación de microondas. Aunque ciertas otras características de los daños en la vegetación no podían ser explicadas de ese modo.

Siete años más tarde, el Dr. Jacques Vallée efectuó una nueva investigación en el lugar del caso Trans-en-Provence. Muestras del suelo obtenidas en el tiempo de la investigación inicial fueron analizadas en un laboratorio norteamericano. Los resultados de la entrevista con el testigo y su esposa, y el examen de las muestras tomadas en la superficie y debajo de ella apoyaron los hallazgos del equipo del CNES y la veracidad del testimonio de Nicolai. En particular, se encontró que la muestra de superficie sólo difería de la más profunda por la presencia de material biológico (plantas e insectos) en la superficie. Calcio y silicón eran los elementos dominantes en todos los campos examinados, con aluminio y hierro también presentes. En cambio, no se encontró ninguna indicación de polvo de cemento, aceite o contaminantes químicos que podrían hacer sospechar la presencia de tractores u otros vehículos industriales en el lugar.
(Fuentes: GEPAN, Note technique nº 16, analyse d’une trace, march 1, 1983; Velasco, Jean Jacques, MUFON 1987 Internationl UFO symposium proceedings, 1987, pp. 51-67 y también en el Journal of scientific exploration, vol. 4, nº 1, pág.27; Sturrock, P.A. Physical evidence related to UFO reports, sección 10, Ground traces; Vallée, Jacques. Return to Trans-en Provence, Ibid).

CONCLUSIONES
Las huellas dejadas por los OVNIs constituyen así testigos materiales y como tales se hallan disponibles para el examen de laboratorio; es posible medirlas, fotografiarlas y analizarlas con los métodos habituales de las ciencias físicas. Serían como la “impresión digital” del fenómeno. Estas características tornan mucho más improbable la incidencia de un fraude o de una alucinación.
Algunos autores, sin embargo, desmerecen la relevancia que como elementos de prueba poseen estos rastros tangibles, alegando que ninguna de dichas observaciones permiten afirmar nada positivo acerca del estímulo físico que originariamente pudiera haberlas causado, ni tampoco probar que las mismas no hayan sido provocadas por otros medios convencionales. Porque, evidentemente, no ha existido un registro concomitante del fenómeno y de su acción sobre el medio ambiente, y la perturbación material sólo se conecta a la presencia del OVNI mediante la narración del testigo.
Según nuestro criterio, una actitud como la arriba señalada, incurre en la falencia de ignorar que los Encuentros Cercanos con evidencias tangibles, deben ser analizados de modo global, de manera que involucren, simultáneamente y por igual, el relato del testigo (y la credibilidad que éste nos merece) y las características de las huellas o marcas, factores ambos estrechamente vinculados entre sí. Considerados como realidades separadas, sin interconexión, significa una arbitraria fragmentación del caso, cuando no una verdadera mutilación del mismo.

La conjunción de presencias –OVNIs y huellas- coincidentes en tiempo y espacio, vale decir cuando el descubrimiento de los rastros ocurrió algunas horas o hasta un día después de la observación del OVNI, no parece sensato desestimar una estrecha vinculación entre ambos fenómenos.
El enfoque parcializado es, pues, insuficiente e inadecuado para proporcionarnos alguna.respuesta razonablemente satisfactoria cuando enfrentamos un incidente OVNI de tales características.

Si se trata de un informe con evidencias físicas asociadas, en el cual el testigo merece un alto grado de credibilidad y, a la vez, las alteraciones de suelo y vegetación en el sitio del aterrizaje no responden a causas convencionales, y los efectos fisiológicos en los testigos son muy específicos, ambos factores se complementan y corroboran.

Sin lugar a dudas, estos datos objetivos y tangibles, sugieren la existencia de una dimensión física anómala y refutan cualquier intento de reducción psicologista, pero debe admitirse que, en última instancia, además de esa convicción, no alcanzan para esclarecer la naturaleza de ese estímulo externo desconocido. Esta falencia se debe a que tales datos aportan sólo un conocimiento indirecto del fenómeno, vale decir, de sus consecuencias sobre el medio ambiente, sean estas mecánicas o térmicas, y no alcanzan a detectar el propio objeto anómalo, con registros cuantificables de valor científico